martes, abril 25, 2006

El mundo según Pelos

Mi perro está soltando mucho pelo, dijo esa niña.
-Deberías raparlo- le dije. La verdad es que no me importaba el perro. Ni siquiera recordaba el nombre del animal. Sólo le llamaba Pelos.
-No tengo con qué. La otra vez agarré un rastrillo de mi papá y él se enojó. No me dejó salir a jugar en una semana.
Una tarde en que me acosté con una estilista en el cuarto trasero de su local, se me ocurrió tomar prestadas unas tijeras para cortarle la greña a Pelos. Sería buen regalo para la niña. Y si a su padre se le ocurría interponía, yo sí le rajaba la cara en dos.
Una calle antes de llegar, un auto detenido tenía sangre y pelos en las llantas. Vi a la niña llorando en la banqueta.
Hacía mi se dirigía una bola de pelos, como las hierbas que atraviesan las llanuras en los pueblos del viejo oeste.
El animal había perdido en el duelo de esta tarde.
De inmediato me di la vuelta hacia la estética. Alguien más debía necesitar esas tijeras.

lunes, abril 24, 2006

A la espera del camión

Una banqueta sucia. Es decir, con escupidas secadas por el sol, corcholatas aplastadas, envolturas de pastelillos y fritos, y un bote de plástico. Tenía tanta resaca que me senté en la acera mientras los demás esperaban el camión en pie. Un tipo de vestir ejecutivo me lanzó una mirada despectiva. En respuesta le solté un bufido de “Vete a la mierda, miserable vendedor de seguros”. Luego se apartó para preguntarle algo a unas estudiantes de colegio. Ellas soltaron risillas nerviosas cuando el tipo se alejó. Me parecieron graciosas en lo que cabe. No puedes confiar demasiado en una mujer, pero a esa edad al menos sabes que están jugando. Ya pasada esa etapa, todo lo hacen con alguna intención.
Un anciano me preguntó la hora y le dije que mi reloj no servía.
-Pregúntele a esas muchachas, señor.

El hombre fue hacia ellas. Una miró hacia mí y gritó: Es la una de la tarde.
-Gracias -le contesté con un grito igual de fuerte.
Ellas volvieron a reír. El tipo vestido de ejecutivo se apartó más de la parada del camión.

Al abordar el transporte rumbo a mi casa, el chofer dijo que no tenía feria. Eso no me importaba en ese momento.

El rey se muere

Desperté en mi cama. Las sábanas tenían sangre. Ni siquiera me había quitado la gabardina para no manchar demasiado.
Fui a casa de mi hermana para presumirle a mi cuñado la cara que me habían dejado esos fresas de mierda afuera de un table dance. Realmente me habían reventado varias partes del labio a patadas. Pero me alegraba un poco sentir ese dolor, sabiendo que estaba vivo. Y que mientras siguiera con vida podría recuperarme y volver a palparle el trasero a sus novias. Y vomitar sus autos comprados por papi impotente pajarito muerto.
Llegué a la oficina y Hugo, un novelista que tuvo a bien la suficiente compasión como para contratarme, hizo uno o dos comentarios de risa sobre mi apariencia. Intenté reír, pero me dolía toda la cara.
Los diseñadores se quedaron serios, asustados. Leo, el metrosexual de Todito.com y su ayudante el Negro. Sólo atinaron a murmurar algo a Hugo que siguió intentando hacerme reir.
Acabó mi turno y me puse en pie frente a todos esos cabrones, tomando aire, sólo el necesario, para gritar: “¡¡¡Soy el rey del mundo!!!”