miércoles, enero 10, 2007

Las dos poetas

Vi a esa poeta en un negocio de elote desgranado, comiendo con un galán. Ella sonrió segura de que la había notado pero sin saludarme. Yo estaba ebrio y traté de reconocer al tipo. No. Los dos estaban vestidos como para ir a un antro. Ella siempre fue de gustos vanguardistas.
Pedí un elote en vaso y le eché chile en polvo de más. Sabía muy salado. Le di la espalda a la mujer y me fuí caminando a un puesto de revistas. Aprecié la portada de la revista Maxim y no pude evitar comparar el tamaño de las tetas de la modelo.
-La poeta pierde una batalla, pero no la guerra.

Los implantes cada vez son más baratos.

jueves, agosto 10, 2006

El musico que nunca fue

Don Carlos siempre quiso tocar la guitarra. Pero resultó muy malo para aprender.
Realmente malo.
Le dolían los dedos y se desesperaba con facilidad.
Cada vez que nos poníamos a beber en la cochera de su casa, mientras yo le miraba las piernas a su hija cuando entraba y salía de los mandados, don Carlos me decía:
-Mijo, si yo supiera tocar guitarra, orita no dejaría de cantar de esas canciones de hombres borrachos y tristes. Como las de Los Cadetes, ¿te acuerdas? "No te preocupes por mí, aquí todo sigue igual, como cuando estabas tuuuuuu".
Hace unos días que falleció don Carlos. Su hija llevó al velorio a un tipo que dice ser su novio.
Cada vez me quedo más solo. Sin amigos, sin mujeres. No soy un miserable egoista. Soy un fulano que nunca aprendió a tocar la guitarra.

jueves, julio 13, 2006

Perfume

-¿Todas las teiboleras huelen a condon de frutas? Qué rico -dice el Barrygón luego de agarrarle una nalga a la mujer que baila en la tarima.
Suelto una carcajada desde mis asiento. En el Infinito ninguna carcajada retumba. Sólo la música.
Es difícil distiguir las voces de las mujeres.
Luego señala a una rubia.
-El año pasado me la llevé al privado dos noches seguidas, y me decía: ¿Otra vez andas cachondito, mi amor?

Miré a la rubia, con sus pechos macizos, aperlados. La cintura le estaba desapareciendo. ¿A dónde carajos se van las cinturas de las mujeres?

El Barrygón desapareció el tiempo que duraron tres canciones. Regresó con una sonrisa de oreja a oreja.
-La teibolera me reconoció.
-Ella hace bien su trabajo, eh -le dije.
-Con madre, güey. Y ella también huele a condón de frutas.

miércoles, julio 12, 2006

Una torta de jamon

-Odio las tortas de jamon -dijo Mauro, el director porno -. Prefiero cosas exóticas como el sushi o pasta italiana.
Las teiboleras que estaban sentadas en su mesa no paraban de soltar carcajadas. De pronto una de ellas se levantó de su lugar.
-Me toca bailar.
-¿Dejarás que te toque las tetas? -preguntó Mauro.
-¿Por qué te gusta tanto agarrar las tetas? ¿Estás enfermo o qué? -reprochó una de ellas.
-Momento, aquí a la única vieja que nunca le he agarrado las tetas es a ti, porque las tienes muy flojas y me dan asco.

La teibolera llamó a un mesero y en un parpadeo ya había tres cabrones sacando a Mauro del establecimiento. Lo encontré afuera intentando llamar de su teléfono celular.
-Las mujeres son una mierda -dijo él.
-Nosotros también. Por eso nos gusta venir a verlas.

Pateó la llanta de un carro jurando que no las incluiría en su siguiente película porno.
-Ya verás. Esa la voy a mandar a un festival en España. Y si gano un premio, estas putas seguirán siendo unas muertas de hambre.

Esas muertas de hambre, siempre regresan a sus casas en taxi. Nosotros nos sentamos en una banca de la Alameda, esperando a que vuelvan a pasar los camiones.

martes, junio 27, 2006

Mujeres y teléfonos

-No eres tan grandioso como te crees -me dijo ella mientras buscaba sus pantaletas bajo la cama.
-Lo sé, pero eso no importa. Te acabas de acostar conmigo.
-Lo hice porque estaba borracha. Una mujer borracha puede hacer lo que quiera.

Busqué el control remoto y pusé el Discovery Channel. Es un buen canal para distraerse.
-Hay cervezas en el refrigerador, mujer. Pero sólo toma una. Y si puedes, me traes una a mí.
-Mejor ya me voy. ¿Tienes teléfono? -y señalé una montaña de ropa. Escarbó un poco y puso el auricular en su oreja. Luego lo soltó.

-No tiene línea -replicó.
-Claro que no tiene línea. Ni siquiera está conectado. Pero es un aparato de los buenos.
Ella salió sin tomar la cerveza. Bostecé y terminé apagando el televisor. Era cómodo dormir un par de horas más, sin el timbre del teléfono. Algún día me animaré a contratar línea.

lunes, junio 12, 2006

Lo prohibido

Sólo hay un asiento vacío en ese camión. El tipo que está a un lado acaba de encender un cigarro. Le hago el gesto de que me deje sentarme.
-¿No le molesta que fume? -me pregunta.
No contesto. Sólo tomo asiento y comienzo a hojear una revista que me regaló Romelia. "Es de política, a ver si así te concientizas un poco sobre las condiciones en que tienen a este país", me había dicho ella.

-¿En serio no le molesta que fume? -volvió a preguntar el tipo.
-No.
-Porque encenderé uno más.
-¿No se supone que está prohibido fumar en el camión? -le gruño.
Un breve silencio. Luego murmura que "si a usted no les molesta, me vale madres que esté prohibido".

Sigo hojeando la revista. Luego me dice:
-A mí me molesta que usted traiga una revista de política. Pero eso no está prohibido, ¿verdad?
-Pues no.
El camión se detiene y el hombre se pone en pie. Sale del camión y se va caminando por la Alameda.

viernes, junio 09, 2006

Fotografía biker

-¿Te gustan las fotos? -me preguntó esa mujer, enfundada en sus shorts de cuero negro.
-Claro. No todas las guardo, pero las interesantes quedan bajo el colchón.
Sacó una impresión donde ella se veía montada en una Harley. Con sus piernas extendidas exhibía el tatuaje de una araña.

-Soy la Viuda Negra -dijo con una sonrisa de esas que buscan dar miedo.
-Yo soy Joaquín Vicente -contesté sin mirarla a los ojos. Se relamió los labios antes de preguntar:
-¿Cuánto pagarías por una foto de estas?
-No lo sé. Yo nunca pago por las fotos que me regalan.

Sonó el rugido de una motocicleta. Ella corrió hasta dar un brinco y sentarse a la espalda del conductor rebelde, nacido-para-ser-salvaje. A partir de allí fingió olvidar que yo existía.

Comida y mujeres

Me acostumbré a comer pescado o mariscos cada que recibía dinero. Era una especie de premio, y no porque fuera a ver a una mujer.
Por la noche, si mi pareja me preguntaba qué había comido, de inmediato le decía:
-Un vuelve a la vida.
-Has de andar bien venenoso ahorita -me decía sonriendo.

Y yo en ese momento apagaba la luz gruñéndole que esa comida había sido para mí, no para impresionarla.
-Para impresionarte, mujer, no necesito comer nada. Cuestión de que estés dispuesta.

Ella se molestaba cada vez más, hasta que en una de esas desperté y se había ido.