Maldito jueves
Jueves 2 de octubre...
I
Como regalo de Día del Niño a sus vecinos infantes, Rogelio decidió casarse el mero 30 de abril del año que viene. Así se librarán de él, y habrá más excusas de los dos bandos para festejar. Por eso llegó a mi casa el jueves cargando un 12 de cerveza y sugiriendo que fuéramos a festejar sus últimos días de soltero.
No seas mamón. Apenas estamos en diciembre, le dije.
Pero el tiempo pasa volando, Vicente cabrón. En serio.
Y para recordar nuestros días de juventud en que él pensaba ingenuamente dedicarse a la música y yo a la poesía, llegamos directo al Table Dance Good Music. Todo iba bien, hasta que una mujer rubia, que el hombre del sonido había anunciado como "nuestra bailarina directo de Cancún", se me acercó y me dijo "hola". Le regresé el saludo con una sonrisa y ella agregó: ¿Me puedo sentar en tus piernas?
La vi rápidamente, luego vi mis piernas, volvi a verla y le contesté: Claro, si tú quieres, por qué no.
La mujer me dijo que quiere beber conmigo. maldije que siempre dijeran esas cosas en los table dances y nunca en los Vips o Sanborns. Le propuse que no bebiera copa, sino algo de machos. De perdido una cerveza. Ella pidió una Tecate.
Se acercó el mesero y nos pidió casi 200 pesos. Ella señaló hacia la pared y ahí decía: Tecate $110.
Me puse en pie diciendo a Rogelio que nos fueramos, y la mujer de alguna manera experimentada se deslizó entre mis piernas, hasta posar sus sentaderas en la misma silla donde instantes antes habían estado mis propias sentaderas.
II
Entramos al Harlequín a un par de calle del anterio table dance. Recordé a la bailarina que leía Los Miserables, de Víctor Hugo. Rogelio insistió en sentarnos a un lado de las escaleras para que así él pudiera tocar el brazo de las bailarinas cuando ellas suben y bajan de la tarima. Subió una de largo cabello negro y le dije a mi cuate que ella se veía insegura, como si fuera nueva en estos menesteres profesionales. Ella había dejado su pequeño bolso rosa al centro de nuestra mesa. Había empezado el turno de otra mujer y un mesero me sujetó un hombro.
Dénme mis fichas, dijo la bailarina respaldada por dos meseros y un tipo vestido de pachuco.
¿Cuáles fichas?
No se hagan pendejos. Estaban en mi bolso. Aquí lo dejé, dijo señalando mi espacio de la mesa.
No lo pusiste de este lado, le dije.
¡Claro que sí! No se hagan pendejos.
Joaquín Vicente se desesperó de tanto desconocimiento del lenguaje, y dije: Chéquenme, pues.
Los tipos me llevan al baño. Sacó todo lo que tengo en mis bolsillos y les digo si quieren hurgar entre mi ropa. Casi al salir, el Pachuco abre la puerta y me ilumina con un láser.
Este no trae nada, le dice un mesero.
Espero en mi mesa, seguro de que la seguridad personal causa la vergüenza ajena. Eso significa que merecíamos un par de cervezas cortesía del negocio. Rogelio regresaba del baño y me dijo que lo siguiera a la calle.
¿A la calle? ¡Tenemos las cervezas a medias!
Tú sígueme, güey.
Salimos y le pregunté: ¿Qué? ¿A poco te encontraron a ti las malditas fichas?
El mamón me dijo que sí.
I
Como regalo de Día del Niño a sus vecinos infantes, Rogelio decidió casarse el mero 30 de abril del año que viene. Así se librarán de él, y habrá más excusas de los dos bandos para festejar. Por eso llegó a mi casa el jueves cargando un 12 de cerveza y sugiriendo que fuéramos a festejar sus últimos días de soltero.
No seas mamón. Apenas estamos en diciembre, le dije.
Pero el tiempo pasa volando, Vicente cabrón. En serio.
Y para recordar nuestros días de juventud en que él pensaba ingenuamente dedicarse a la música y yo a la poesía, llegamos directo al Table Dance Good Music. Todo iba bien, hasta que una mujer rubia, que el hombre del sonido había anunciado como "nuestra bailarina directo de Cancún", se me acercó y me dijo "hola". Le regresé el saludo con una sonrisa y ella agregó: ¿Me puedo sentar en tus piernas?
La vi rápidamente, luego vi mis piernas, volvi a verla y le contesté: Claro, si tú quieres, por qué no.
La mujer me dijo que quiere beber conmigo. maldije que siempre dijeran esas cosas en los table dances y nunca en los Vips o Sanborns. Le propuse que no bebiera copa, sino algo de machos. De perdido una cerveza. Ella pidió una Tecate.
Se acercó el mesero y nos pidió casi 200 pesos. Ella señaló hacia la pared y ahí decía: Tecate $110.
Me puse en pie diciendo a Rogelio que nos fueramos, y la mujer de alguna manera experimentada se deslizó entre mis piernas, hasta posar sus sentaderas en la misma silla donde instantes antes habían estado mis propias sentaderas.
II
Entramos al Harlequín a un par de calle del anterio table dance. Recordé a la bailarina que leía Los Miserables, de Víctor Hugo. Rogelio insistió en sentarnos a un lado de las escaleras para que así él pudiera tocar el brazo de las bailarinas cuando ellas suben y bajan de la tarima. Subió una de largo cabello negro y le dije a mi cuate que ella se veía insegura, como si fuera nueva en estos menesteres profesionales. Ella había dejado su pequeño bolso rosa al centro de nuestra mesa. Había empezado el turno de otra mujer y un mesero me sujetó un hombro.
Dénme mis fichas, dijo la bailarina respaldada por dos meseros y un tipo vestido de pachuco.
¿Cuáles fichas?
No se hagan pendejos. Estaban en mi bolso. Aquí lo dejé, dijo señalando mi espacio de la mesa.
No lo pusiste de este lado, le dije.
¡Claro que sí! No se hagan pendejos.
Joaquín Vicente se desesperó de tanto desconocimiento del lenguaje, y dije: Chéquenme, pues.
Los tipos me llevan al baño. Sacó todo lo que tengo en mis bolsillos y les digo si quieren hurgar entre mi ropa. Casi al salir, el Pachuco abre la puerta y me ilumina con un láser.
Este no trae nada, le dice un mesero.
Espero en mi mesa, seguro de que la seguridad personal causa la vergüenza ajena. Eso significa que merecíamos un par de cervezas cortesía del negocio. Rogelio regresaba del baño y me dijo que lo siguiera a la calle.
¿A la calle? ¡Tenemos las cervezas a medias!
Tú sígueme, güey.
Salimos y le pregunté: ¿Qué? ¿A poco te encontraron a ti las malditas fichas?
El mamón me dijo que sí.
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