jueves, noviembre 25, 2004

El poeta rasuradora

Cuenta un poeta que hace tiempo vivía en los Condominios Constitución, y necesitó escaparse a México, Distrito Fábula. Ahí conoció a una alemana de buenas formas que se dejó seducir. Ya cuando estaban tirados en la alfombra maloliente a orina de gato, el poeta descubrió que la mujer no se rasuraba las axilas.
Esto me lo contó mientras veíamos a una teibolera del Pasarelas, que puso una pierna cerca de mí para que la despojara de sus mallas a mitad del baile. El tipo este sonreía y agregó: Varias veces soñé que yo era una maldita rasuradora.

miércoles, noviembre 17, 2004

Joaquín Vicente y una cachorrita

Salía de un Vips y una mujer me cerró el paso. Sólo dijo: Mira lo que te traigo, y me enseñó colgando de su suéter a la cachorrita blanca con manchas oscuras. La soltó en el suelo y el animalito corrió hacia mí. Debí haber corrido, lo sé. Pero en lugar de eso me agaché. En vez de asustarse comenzó a mover su cola de manera tan agitada como las alas de un colibrí.
Las siguientes dos noches durmió en una caja de cartón que condicioné con dos retazos de franela. Puse una colchoneta en el suelo, y el animal en lugar de dormir en su caja, amanecía acurrucado encima de mi panza.
No hace ruido. No chilla, no ladra, muy apenas gruñe. Estoy comenzando a pensar que será tan inadaptada socialmente hablando, como su padre adoptivo -osease yo, el gran Joaquín Vicente-.
Muy tarde para llamarle Mónica por Lewinski, Hillary por Clinton, o Xuxa por ese programa brasileño que parecía show de cabaret.
¿Me perdonará si le pongo Niurka? ¿La cubana esa merece que le ponga su nombre a mi niña perruna?
¿Guau?

miércoles, noviembre 10, 2004

El Guapo Chester

Es un gato. Así de simple. Entré con Aarón Aguirre al Nuevo Parral, y la única mesa sin clientes tenía al animal acostado encima.
No lo podemos quitar, porque esel dueño del local, me dijo el mesero.
El Aarón sólo sonrió. Yo no me ocupé en creer o no creer, porque hace tiempo que dejé de complicarme la vida con la idea de los derechos animales y todo eso. Ya hasta tienen sus cementerios privados, cuando yo no tengo seguro ni un par de metros para que caven mi fosa. Total que tomamos asiento en la barra, y hasta que el susodicho gato se levantó pudimos ocupar la mesa.
Un par de años después me quedé en el departamento de Liliana, cerca de allí. Cuando salió a trabajar me dijo que la esperara a comer. Entre la resaca y los ojos llorosos llegué al Nuevo Parral y saqué de mi mochila una cámara con la que había tomado fotografías a la mujer. Dije: Guapo Chester, voltea para acá, y el felino volvió su atención hacia mí, maullando como un dueño atento a su clientela.

jueves, noviembre 04, 2004

Cinco teiboleras de colección

Frida:
Trabajaba en el tabledance Hollywood, en la esquina de Tapia y Zaragoza. Hace meses que cerraron ese negocio. La conocí en mi primer visita a uno de estos antros.

Jade:
Trabajaba en El Zodiaco, en la avenida Cuauhtémoc y cinco de mayo. Ya también cerraron este table. Ella cursaba la preparatoria en una escuela para adultos en Espinosa y Juárez. Yo era maestro allí.

Nohemí:
Una buena amiga teibolera, del Good Music, Zaragoza. Tenía un hijo al que su madre ayudaba a cuidar. La última vez que la vi, no me atreví a hablarle porque ella estaba algo gorda, y yo poco borracho. Meses después pregunté por ella y nadie me quiso dar información.

Daisy:
De Las Vegas -Treviño y Colegio Civil-. Era la versión chiquita de Maribel Guardia. Creo que primero la conocí en un table llamado La Zota -en Villagrán, no en avenida Colón, donde está ahora el negocio-.

Julieta:
La más reciente de mis niñas. En El Harlequín, antes llamado Muñequitas -Zuazua y Arteaga-. La primera vez que se sentó en mis piernas dijo que quería conversar sobre la Novela Los Miserables, de Víctor Hugo. También que acababa de comprar el libro La Divina Comedia, de Dante Alighieri. Regresé una semana después y ella no me atendió en lo más mínimo, porque -lógico- se había conseguido un cliente con dinero de verdad. Yo me puse a beber y observar mujeres. Es lo que va uno a hacer.

lunes, noviembre 01, 2004

Cositas tristes

La verdad es que me entristece, es decir que me parece patético, ir a un table dance y ver a un hombre llorar. No deberían existir cosas como un norteño de camisa de cuadros, pantalón mezclilla, sombrero, y quedarse dormido frente a la tarima donde la bailarina golpea el piso de madera con sus zapatos de plataforma, para despertarlo.
Es cruel y me causa unas náuseas inhumanas, ver a una persona aferrarse a un cuadernillo, como si allí estuviera lo poco de valor en su vida. Hojas de papel. ¿Por qué, si resulta tan importante, no lo aprenden de memoria y ya? ¿No puedes contar una historia sólo a manera de charla? No puedes decirle un poema a esa mujer si no lo escribes antes?
Será que yo no tengo demasiadas cosas que anotar en un cuaderno. O que me acostumbré a que se me pierden y lo vuelvo a escribir.
Ellas rompen lo que escribo... No se lo llevan como en el poema de Bukowski. ¿Ahora notan la diferencia? Aquí tengo las cosas en la memoria, y lo escribo, y lo volvería a escribir. No son cosas demasiado calculadas, pero sí las más cínicas, eh. Aunque la mayoría no me hagan sentir alegre.